«A
una mujer que se afeitaba y estaba hermosa»
Yo os quiero
confesar, don Juan, primero,
que aquel blanco y
color de doña Elvira
no tiene de ella más,
si bien se mira,
que el haberle
costado su dinero.
Pero tras eso
confesaros quiero
que es tanta la
beldad de su mentira,
que en vano a
competir con ella aspira
belleza igual de
rostro verdadero.
Mas ¿qué mucho que yo
perdido ande
por un engaño tal,
pues que sabemos
que nos engaña así
Naturaleza?
Porque ese cielo azul
que todos vemos,
ni es cielo ni es
azul. ¡Lástima grande
que no sea verdad
tanta belleza!
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