Historia de la vida del
Buscón
Libro
Primero, Capítulo III: «De cómo fue a un pupilaje por criado de don Diego
Coronel»
Determinó, pues, don
Alonso de poner a su hijo en pupilaje, lo uno por apartarle de su regalo, y lo
otro por ahorrar de cuidado. Supo que había en Segovia un licenciado Cabra que
tenía por oficio el criar hijos de caballeros, y envió allá el suyo y a mí para
que le acompañase y sirviese.
Entramos, primero
domingo después de Cuaresma, en poder de la hambre viva, porque tal laceria no
admite encarecimiento. Él era un clérigo cerbatana, largo sólo en el talle, una
cabeza pequeña, los ojos avecindados en el cogote, que parecía que miraba por
cuévanos, tan hundidos y oscuros que era buen sitio el suyo para tiendas de
mercaderes; [...] las barbas descoloridas de miedo de la boca vecina, que de
pura hambre parecía que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé
cuántos, y pienso que por holgazanes y vagamundos se los habían desterrado; el
gaznate largo como de avestruz, con una nuez tan salida que parecía se iba a
buscar de comer forzada de la necesidad; los brazos secos; las manos como un
manojo de sarmientos cada una. Mirado de medio abajo parecía tenedor o compás,
con dos piernas largas y flacas. [...] La sotana, según decían algunos, era
milagrosa, porque no se sabía de qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la
tenían por de cuero de rana; otros decían que era ilusión; desde cerca parecía
negra y desde lejos entre azul. Llevábala sin ceñidor; no traía cuello ni
puños. Parecía, con esto y los cabellos largos y la sotana mísera y corta, lacayuelo
de la muerte. [...] La cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado por
no gastar las sábanas. Al fin, él era archipobre y protomiseria.
Represéntase
la brevedad de lo que se vive y cuán nada parece lo que se vivió
«¡Ah de la vida!»...
¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños
que he vivido!
La Fortuna mis
tiempos ha mordido;
las Horas mi locura
las esconde.
¡Que sin poder saber
cómo ni adónde
la salud y la edad se
hayan huido!
Falta la vida, asiste
lo vivido,
y no hay calamidad
que no me ronde.
Ayer se fue; mañana
no ha llegado;
hoy se está yendo sin
parar un punto:
soy un fue, y un
será, y un es cansado.
En el hoy y mañana y
ayer, junto
pañales y mortaja, y
he quedado
presentes sucesiones
de difunto.
Amor
constante más allá de la muerte
Cerrar podrá mis ojos
la postrera
sombra que me llevare
el blanco día,
y podrá desatar esta
alma mía
hora a su afán
ansioso lisonjera;
mas no, de esotra
parte, en la ribera,
dejará la memoria, en
donde ardía:
nadar sabe mi llama
la agua fría,
y perder el respeto a
ley severa.
Alma a quien todo un
dios prisión ha sido,
venas que humor a
tanto fuego han dado,
medulas que han
gloriosamente ardido,
su cuerpo dejará, no
su cuidado;
serán ceniza, mas
tendrá sentido;
polvo serán, mas
polvo enamorado.
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